Lleva una caja vacía bajo el brazo.
No recuerda quién le robó los sueños
(en la caja guardados)
ni el nombre de la ciudad
que muere a las afueras.
Camina solo y busca
los sonidos perdidos de la vida,
aquel cuerpo desnudo como el agua
y su piel resonando
como una catarata,
las risas de los niños en los viejos columpios,
el viento que susurra canciones a los árboles
y el golpe de las olas
sangrando en las orillas
de las arenas muertas.
Sabe que un poema puede abrir las heridas
que guarda la memoria,
que el tiempo es sólo asombro
que le gasta la vida,
que una voz eterniza el lugar que no encuentra
y esa voz –que son todas–
sólo es dolor que canta
los ojos sin olvido
dentro de su mirada.
No recuerda quién le robó los sueños.