El verde rabioso de las uñas
hacía guiños al sol de la mañana,
sentada a la sombra del ariete
juega con las voces que no existen...
-¿Sabes, amor, que la primera vez
que cortaron tus uñas fue bajo el rosal del porche,
ritual ancestral, tradición familiar
que otorga el don de una voz privilegio?
¿Sabes amor que... sabes... sabes?...
No quería saber.
La voz era suya
como el verde de las uñas,
el negro del sujetador
y el azulgris de los ojos.
No quería saber,
le bastaba ser una voraz lectora de poemas,
una loca que canta a Neruda
en noches de luna llena
y susurra a Puccini
para dormir al gato.
Le bastaba ser ella
imprevisible como una flor de fuego
abierta en el invierno
o un mar de estío encerrado
en el cubo de un niño.
Le encantaba
coger trenes sin rumbo
y en cualquier estación,
sin nombre y a escondidas,
desnudar el deseo
con los ojos cerrando las trampas del mañana.