dissabte, 11 de desembre del 2021

La vida en cada labio (IV)

Alguien quemó los restos

de un barco a la deriva;

la humareda ocultó

los olivos y almendros

allá en el altozano.

Luego, la chiquillada

jugó con las cenizas,

se disolvió el instante,

y, lejos, las sirenas

ensayaron sus silbos

de campana enlutada.

 

Todo fue tan intenso,

tan triste y tan hermoso

que el arenal inmenso

enmudeció de pronto.

Se cubrió de alas negras,

golondrinas y flores

rabiosamente nuevas

surgieron como un grito,

para afirmar la vida.

 

Quién hubiera podido ser entonces, tan sólo,

Unos labios inmensos de manzanas y espuma

-no crecer, no saber, no esperar-,

convertirse en la boca siempre ansiosa y colmada

que deglute ese tiempo, inasible y perverso,

quedar arracimado, hierático y salvaje

defendiendo ese río primario y rumoroso,

tejer y destejer en el umbral perpetuo

bellísimas guirnaldas

con que vestir la luna,

llegar a poseerla cuando fría y cautiva

desvela sus misterios al intruso galán

que ascendió en un ensueño

de mórbidos corceles,

cabalgar en su seno con un potro de fuego

hasta incendiar su vientre

de un pálpito de sangre,

habitarlas de músicas,

anidarla de pájaros,

asirla a una veleta

y perderla en su frío

antes de que amanezca.


 

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